domingo, 30 de marzo de 2008

MI CUESTA

La cuesta entre mi casa y el tren es el momento de rememorar el día de ayer. De apuntar los miedos que vendrán hoy y darme instrucciones para superar los de mañana.

Diez minutos en los que me cruzo con toda esa gente que quiero y que no lo saben. Probablemente piensen que soy una estúpida, si es que alguno se ha fijado en mí. El tonto de las lengüetas salidas: tiene las lengüetas de sus zapatillas salidas- no lleva cordones- y el labio inferior colgante. Las lengüetas como crestas, el labio como una falda. ¿Sabrá su madre que anda urgando en cada basura? Si la tiene, se moriría de vergüenza ("como si no le diéramos bastante en casa", diría).

Otro de mis queridos es el abuelo que lleva a toda leche el carrito con el niño artista. Es un bebé crecidito, pero es más cómodo llevarlo en el carrito que enseñarlo a andar. Tiene la mirada absorta de un artista o de un retrasado, pero creo que es artista, porque se fija en todo menos en el suelo. Nunca se ha cruzado mi cara con su cara de alucine: el mundo exterior en el que yo no estoy no me necesita tanto. A este niño le romperán el corazón y de mayor será un macarra tierno que nos volverá locas, o un empollón reprimido que se echó atrás su primera vez y ya no hubo manera de arreglarlo.

En la esquina del instituto están las Jennies. Ésas ni me miran. ¿Me parecía a ellas? Creo que sí, aunque sin pendientes del tamaño de un puño y sin móvil.

Me falta el jardinero marroquí con el que me cruzaba cada mañana de mi carrera de Humanidades. Yo calculaba si llegaba bien o tarde por (que sí-porque siemprellegamos tarde-porque somos así) el punto de la cuesta en que me encontrara con él. Nos mirábamos, o quizás él miraba cómo yo le miraba a él.

Arrieritos somos y en la cuesta nos encontraremos

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