miércoles, 6 de enero de 2010

Decidí seriamente suicidarme el día en que se me rompió el ipod. Ya iban dos.
Dos intentos de subirme a la nave de los modernos. Fracasados. Horas de trabajo tiradas por el desagüe, y el convencimiento final de que todo esto es un círculo en el que voy andando sola y que, por mucho que corra, lo único que llegaré a ver será mi propio culo.

Hay gente a la que siempre le sale, y gente que servimos de chiste, a la que se nos tiene simpatía "ésta es mi amiga X, la artista, qué simpática, está haciendo una tesis tan divertida...").

Pero del chiste no se vive, y para mí este segundo ipod que deja de funcionar porque le da la gana es la gota que me hace rendirme. Voy en el metro buscando una razón para seguir viviendo.

No me suicido porque me da pena mi madre y, en el fondo, tengo un poco de curiosidad. No, no soy tan morbosa. Pero el cuento de que hay que vivir luchando es un cuento calvinista. Respiro. Pienso en las cosas pequeñas. ¿Qué le hace a ese abuelo seguir vivo? Habrá que inventarse las razones porque si no, ¿qué coño hacemos tanta gente con cara de seta la noche de Reyes metidos en el metro? Tengo miedo porque sé que puedo ser uno de esos grises con los que me cruzo cada día. Me centro en las cosas pequeñas. salgo del metro las menudencias me sacan del abismo.

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