sábado, 6 de septiembre de 2008

El Barrio Chino

El inglés llegó tarde a la puesta en escena del Barrio Chino. Se habían llevado el cielo, y las luces que no terminaban nunca de alumbrar la calle. Los trapicheros se habían mudado también. Ya solo quedaban los huecos de la gente, esperando entre las paredes y las puertas tapiadas. Fantasmas muriendo sofocados dentro de las casas con ladrillo descubierto. La vida que hay es inestable, blanda, vulnerable. Todo lo que huele, irremediablemente morirá.

Un viejo con el sombrero puesto espera en su habitación a que pase el día. En breve va a ser barrido por una ley que no lo conoce. El vacío se suple con el mito nuevo. Una puta miraba risueña desde su balcón, dando envidia con sus carnes a las amas de casa mojigatas. La puta ya no está, o quizás la mató alguien para que no sufriera. De incógnito, se siguen asomando las sábanas azules por la noche.

Los que no tienen derechos gritan, pero suena a hueco. La vida alegre no puede pujar en las subastas. Las fachadas se caen...El Raval llama urgentemente a Lisboa, pero nadie contesta. Los pobres no se pueden ayudar siempre entre ellos.

Los andamios se han acostumbrado a no sentir. Antes no eran tan fríos, pero han tenido que anestesiarse contra el dolor. Caen las casas como lágrimas que se quieren contener.

Se mantienen en pié algunos bares de clientes con chupas de cuero raídas y dientes llenos de sarro. En el Raval de antes no se juzgaba a la gente por sus dientes. El humo de días de 24 horas se incrusta en los azulejos y la clientela toma, uno tras otro, chatos de vino en vasos de café con leche. Las mujeres no son bonitas, pero tienen siempre a sus hombres dispuestos para cantarles.

El Raval está cambiando y de confuden los andamios con las antenas. Algunos viejos chupados intentan vivir de la venta de lotería. ¿Qué queda de la vida bohemia cuando se envejece? Podría serlo todo, pero no es nada porque al final la libertad pierde el poder y la belleza con el paso de los años.

Los amores rebeldes se desangran hasta que ya nadie se acuerda de ellos. Las imágenes de vida se van velando, cubiertas de granillo fotográfico. Algunos edificios se mantienen erectos, con anuncios de sofás pegados en sus fachadas, hasta que venga el viento y eche abajo su estructura terrosa. Sólo nos queda bailar en los recuerdos.

Los fantasmas del Barrio Chino juegan hoy con los niños y las ratas entre sus escombros.

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