Me llamo Lhan, pero todos me llaman Rita.
Odio a los hombres.
Cuando me quedo sola, me hago dueña de mí misma.
Me pinzo, me hiero, me sangro.
El dolor es mío, y no hay ninguna bestia de semen que esté encima.
Soy el desagüe de la pureza.
El placer viene del contraste y yo,
blanca, pequeña, delgada, de piel de porcelana,
he venido al mundo para dároslo a vosotros,
peludos, grandes, con cuero por piel y sebo hidratante.
Me coge mi compañera, que escribe el diario de guerra conmigo,
me mete su mano, me da cariño.
Le ofrezco mis jugos plásticos y calientes.
Ella no es un hombre. No me hará dolor.
Yo ya me he vuelto un poco hombre,
y la desgarro por dentro.
Es temporal,
es un juego que nos recuerda que aún tenemos voluntad.
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